Horacio Bollini, en la encrucijada de las artes

Después de varios libros dedicados a la filosofía del arte y el barroco misional («Arte en las Misiones Jesuíticas», «La Imagen Secreta», «Misiones Jesuíticas, visión artística y patrimonial», «Imágenes y Signos del Mundo Jesuítico-Guaraní», «Detrás de la imagen» y «La reducción de San Ignacio Miní y el Barroco»), el escritor, investigador, músico y artista plástico platense Horacio Bollini presenta ahora «Materia y Signo», una nueva colección de ensayos publicada por la editorial Las Cuarenta. Dialogamos con él.

Periodista: ¿Por qué «Materia y signo»?

Horacio Bollini: Anteriormente había publicado «Detrás de la imagen», otra colección de ensayos sobre arte. Aunque no suelo releer mis libros, a veces ciertos pasajes de un texto aparecen como hilo conductor de una conferencia o una clase. Y al reaparecer surgen potencialidades no exploradas. O líneas temáticas enteramente nuevas. «Materia y signo» visita áreas que el libro anterior no conoció, y al mismo tiempo trasciende algunos temas que ya habían sido explorados. Y luego hay una búsqueda formal, puramente estética, que suele quitarme el sueño. Puede que un músico esté en vilo con un fraseo que no lo deja del todo satisfecho; a mí me sucede con el ritmo interno de «lo que se dice», incluso bajo el fuero temático del ensayo. Y así este libro creo que logra contentarme un poco en la faz formal.

P.: ¿Cuál es el hilo conductor de estos ensayos?

H.B.: El concepto de «colección de ensayos» me gusta por la obligación a la síntesis, por la libertad que pueden alcanzar las relaciones de un tema y por los territorios que subyacen. Esos planos internos le dan una materialidad unificadora. Supongo, aunque a veces cuesta hablar de lo que se ha escrito, que en este libro están en tensión los símbolos del mundo medieval, y los «trayectos y devenires» de los que habla Deleuze. Es decir, los esquemas genealógico y cartográfico. Pero nunca tratados como categorías opuestas, sino como fuerzas que generan lecturas enriquecedoras de la obra. Por ejemplo, el imaginario de lo femenino en el Gótico, el concepto del cuerpo que aborda el medievalista Duby, tienden una línea consonante o asonante hacia el panóptico de Foucault, donde se divisa la posesión de los cuerpos o conductas: esos márgenes lejanos se unen. También aparece el concepto del arte como forma de escritura, central en Adorno: vuelve una y otra vez, sea en el análisis del arte Románico o en un grafismo contemporáneo. Hay cuatro ensayos sobre cine, distribuidos según las necesidades internas y los elementos de fuga, tensión y contenido, por eso el problema del clasicismo en Hitchcock (líneas delgadas negras sobre blanco, ya que esas líneas metaforizan al guión) de algún modo se opone a la virtual ausencia de un guión en «El Espejo» de Tarkovsky. También me parece importante el tratamiento de la materia del objeto artístico, en tanto fue un problema esencial para los artistas del pasado y para algunos hacedores de objetos contemporáneos.

P.: ¿Qué vigencia actual tienen las encrucijadas estéticas del pasado?

H.B.: Yo creo que es una vigencia absoluta. Siempre retornamos a un espacio común que se despega de los ciclos históricos. Un iluminador de códices tenía una manera de retratar quiénes somos, de dónde venimos y hacia dónde vamos. Lo hacía bajo metáforas de la Teología, bajo estéticas y principios indudablemente muy distintos a los nuestros. Pero como una de las inquietudes del arte está en señalar al hombre -ya que es imposible definirlo- la voz con que se lo señala vuelve a remover espacios ya visitados y así se reformulan y viven. Ya que la metafísica es inagotable, un texto como la «Octava Elegía» de Rilke nos obligará a repensarnos una y otra vez. Por cierto, tal como aparece en Didi-Huberman, hay un misterio esencial en la percepción; una parte de nuestra visión de Giotto, de Angelico, de Tàpies, no llega a explicarse nítidamente.

P.: ¿De qué manera conjuga las actividades de músico, escritor y artista plástico?

H.B.: No lo sé, supongo que es bastante natural, casi una necesidad. Y ya que menciono esa «necesidad», entiendo que existe esa suerte de obligatoriedad de definir un campo de acción, una especialización. No obstante, como estudié técnicas antiguas de pintura (sobre todo las del Barroco) y toco la viola da gamba, hay una interacción constante que nunca es forzada. La tarea del poeta, la del escritor de ensayos sobre arte, apenas señala una puerta que es «sólo para ti» como dice el guardián de «Ante la Ley». No es la idea kafkiana de la espera -de una sentencia o de una revelación-, sino del descubrimiento bastante místico de un destino único. También ese destino compete a la vinculación de la obra de arte con nosotros.

Entrevista de Margarita Pollini

 

Fuente: Ámbito

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